Todos los altos mandos eran gente de Alejandro; ni siquiera volteaban a ver a los recién llegados.
—Manténlos a raya —dijo Alejandro, con una inquietud apenas velada—. No quiero escándalos que alteren al abuelo.
Talento para cosas grandes quizá no tenían, pero para hacer bajezas eran expertos.
—Entendido, jefe.
***
El tiempo no se detuvo. Dos meses después llegó la boda de Salvador y Martina.
Martina salía de la casa de su familia; como dama de honor, Luciana había pasado la noche anterior con ella. La boda era enorme. Había tanta gente que Luciana sospechó que la familia Morán había invitado a media Ciudad Muonio. Sí o sí, los Morán eran una familia multitudinaria.
Ese día, Martina era el centro absoluto. Y Salvador cumplió su promesa: la convirtió en la novia más hermosa.
—Estás preciosa —dijo Luciana, acomodándole el tocado y alisándole el cabello—. Ya casi es hora; tu papá te está esperando para entrar.
—Ajá.
Martina se levantó con cuidado, tomando la falda; Luciana, detrás, sostuv