Despachó al médico y volvió junto a Martina. La incorporó a medias.
—Marti, despierta. Hay que tomar la medicina.
Entre fiebre y cansancio, ella estaba fastidiada; le apartó la mano con un manotazo.
—Qué bulla…
—¿Te sientes mal? —Salvador no perdió la paciencia—. Con la pastilla te vas a sentir mejor.
Ella por fin abrió los ojos. Le ardían los párpados; le dolía todo. Sabía medirse: era médica.
—Ajá —asintió, y se dejó sostener. Él le dio las pastillas y después un poco de agua.
—Así me gusta —le besó la frente—. Acuéstate.
Bajó por una bolsa de hielo y, tal como indicó el médico, se la acomodó en la frente y en ambas axilas, a la altura de las arterias. Por si requería algo, se quedó a su lado, sin dormir.
Al rato Martina sudó a mares. Salvador le pasó una toalla tibia por la cara y el cuello.
—Mmm… —ella, con los ojos cerrados, frunció el ceño y se frotó el cuello, incómoda por el sudor.
—Espera —él fue al baño, humedeció una toalla y la limpió con cuidado.
Cuando por fin la respirac