—Por la cara que traes, estás furioso —Martina le sostuvo la mirada—. ¿Quieres pegarme?
Le tomó la mano y se la llevó a la mejilla.
—Dale. Hazlo.
Salvador contuvo el brazo. Por muy enojado que estuviera, jamás le pegaría a una mujer. Pero sí, le temblaba la rabia.
—¿No vas a hacerlo? —Martina alzó una ceja—. Entonces grábalo bien: si hace falta, lo voy a decir una y otra vez.
—Perfecto. Excelente —él palideció de coraje—. Todo esto por Vicente. Dime la verdad: ¿no lo has olvidado?
Había oído que Vicente se había quedado soltero.
—¿O ya que se “liberó”, te dieron ganas de volver con él?
—¿Qué? —Martina se desconcertó—. ¿Terminó con ella?
Eso sí no lo sabía. Llevaban tiempo sin hablar; Luciana ni Fer lo mencionaron.
Su silencio fue gasolina. Salvador la sujetó de los hombros y la hundió contra el colchón.
—¡Auch! —ella frunció el ceño—. ¿Qué haces?
—¡Martina! —él respiraba hondo, caliente, sobre su cara—. Sácate esa idea de la cabeza. Ya nos comprometimos. Nos vamos a casar. Eres mía. To