—Cof…
Salvador, todavía con los nervios arriba, apretó sin querer. Martina frunció el ceño y se atragantó.
—Cof, cof…
El susto lo desarmó.
—Marti, ¿estás bien? Yo… es mi culpa… —bajó la voz—. No fue a propósito.
—Lo sé, andas de malas —respondió ella, ronca—. Pero desquitarte conmigo también es de mal gusto.
—¿De mal gusto? —los ojos de Salvador se enturbiaron—. Si de veras fuera tan bajo, a Vicente ya lo habría sacado a patadas.
—¿Y para qué? —Martina logró contener la tos; hablar le costaba aire—. Tú me dejaste ahí. Él, con toda la buena onda, me trajo de vuelta…
—¿Y yo necesito que él te traiga? —Salvador ya no escondió nada—. Venía de regreso. A mi prometida la cuido yo.
Martina se quedó callada. De pronto no quiso seguir. Se sostuvo del buró y se puso de pie, tambaleando hacia la salida.
Salvador la atrapó con un brazo y terminó cargándola.
—¡Salvador! —le jaló el cabello sin querer y ella soltó un quejido—. Si estás molesto, no la agarres conmigo. ¿Ahora me vas a castigar?
Él la