—Claro, si te sientes incómodo…
—No —Alejandro negó, igual de sereno que ella.
Leyó su tensión y la ablandó con la voz:
—Este es el día de Salvador y Martina. Los demás somos secundarios. No hay que darle vueltas.
—Ajá.
Eso le aflojó los hombros a Luciana.
Volvió el silencio entre ambos. Por suerte, Alba salió en ese momento.
—¡Mamá! ¡Papá!
Los dos, sentados en extremos opuestos del sofá, levantaron la cabeza a la vez.
Alba venía con su vestidito de ceremonia. Alejandro extendió los brazos por reflejo para alzarla.
—¡No, no, no! —Alba negó con mucha seriedad, levantando con cuidado la falda—. ¡Traigo vestido! Se arruga. ¡Papá no sabe nada!
Alejandro quedó un segundo pasmado y se echó a reír.
—Tienes razón. Es culpa de papá.
—Jeje, no pasa nada —Alba dio una vueltita—. ¿Papá, mamá, estoy bonita?
—Claro que sí —Alejandro se agachó para revolverle el fleco.
—¿Mamá?
Alba hizo un puchero.
—Mamá no dijo nada. ¿Entonces no estoy bonita?
—¡Ay! —Luciana se rió y se apresuró—. Perdón, fue mi err