—Alba, vámonos, mi amor. Mamá te espera en casa —la llamó Elena, haciéndole señas con la mano.
—Señora, disculpe, nosotros ya nos vamos —dijo Lucy Pinto con una sonrisa cortés.
—Sí, claro.
A Kevin no le daba la gana separarse de Alba; ni siquiera había compartido con “la hermanita” las golosinas de su mochila.
—Hermana, ya me voy.
—Espera —se apuró Kevin; de puro nervio, le pasó la mochila entera—. Aquí hay puras cosas ricas. Todas para ti.
Alba pestañeó. Sin su mamá al lado, no sabía si podía aceptar.
—Muñequita —intervino Lucy, tomando la mochila y entregándosela a Elena—. Puedes llevarlas. Le dices a tu mami que te las dio tu “hermano”. No se va a enojar.
—Está bien —Alba sonrió con los ojitos—. Gracias, señora.
“Señora.” A Lucy le punzó el pecho. “Mi niña… soy tu abuela.”
Se tragó la punzada.
—Qué nena tan linda.
—Despídete, Alba.
—Adiós, hermano. Adiós, señora.
—Adiós.
Al ver alejarse a la pequeña, Lucy se quedó con un nudo: ¿Luciana también estaba enferma? “Yo también estoy mal”,