—¡Alba!
Luciana dio un respingo: temía que Fernando no tuviera fuerza y se lastimara con el peso de la niña… o, peor, que se cayeran los dos. Pero Fernando ya había alcanzado a Alba y la alzó.
Al incorporarse, vaciló un segundo sobre los pies.
—Fer… —Luciana estiró la mano para sostenerlo.
—Estoy bien —la detuvo con una sonrisa suave. Respiró, acomodó el peso y quedó firme.
Luciana soltó aire y le devolvió una mirada de ánimo.
Alba, pegada al hombro de Fernando, ajena al pequeño drama de los adultos, suspiró feliz.
—Alba, ¿qué pasó? —preguntó Luciana—. ¿No quieres despedirte del tío Fernando?
A primera vista, la niña le había tomado cariño.
—Tío Fernando —alzó su carita redonda y, con los brazos al cuello de él—, me olvidé de decirte… buenas noches.
"¿Salió solo para esto?" Fernando no entendía la lógica de los niños, pero el corazón se le ablandó.
—El que se olvidó fui yo —corrigió con ternura—. Buenas noches, Alba.
—¡Ajá!
Satisfecha, sonrió con los ojos.
Luciana abrió los brazos para