—¿Qué te pasa? —Enzo se sentó a su lado y le tocó la cara.
Lucy abrió los ojos de golpe. No había estado dormida. Al verlo, le aferró el brazo con rabia.
—¡Es por tu culpa! ¡Todo esto es por ti! ¿Qué hice tan mal para que me hicieras esto? ¡Me hiciste abandonar a mi hija más de diez años, y ahora ni siquiera podemos mirarnos como madre e hija!
Enzo lo entendió al instante: era por Luciana.
Frunció el ceño.
—¿La… viste?
No solo la había visto. Por cómo hablaba, probablemente Luciana ya sabía la verdad.
—Te dije que no…
—¿Que no la viera? —Lucy soltó una risa rota—. ¿Crees que por no vernos no se entera? ¡No se puede tapar el sol con un dedo! Señor Anderson, por muy listo, por muy hábil que seas, el fuego igual termina alcanzándolo todo.
Sí, Luciana lo sabía.
Enzo cerró los ojos. No sentía fastidio; más bien, una rara descarga. Vivir con una espada colgando sobre la cabeza no era vida. De no ser por cuidar a Lucy y a Luciana, habría contado todo cuando volvió a Ciudad Muonio.
—Es mi culp