Afuera de la habitación, Victoria miraba la escena con los ojos brillosos hasta que se le humedecieron.
—¿Qué haces? —llegó su esposo, Diego Domínguez—. ¿No ibas a llamar a los chicos a cenar? ¿Por qué te quedaste en la puerta?
—¡Shh! —Victoria lo jaló y le tapó la boca, señalando hacia adentro.
Diego miró por la rendija: los dos muchachos, mano con mano, frente con frente.
Sonrió.
—Bueno… esto sí que está bonito.
—Dejémoslos un ratito —Victoria no podía ocultar la sonrisa—. Para Fernando, Luci le hace más bien que cualquier plato. Ella sabe medir; no va a dejar que se quede con hambre.
—Ajá —dijo Diego, divertido—. Me late que se nos viene algo bueno. ¿Empezamos a prepararnos?
—¿Prepararnos para qué? —Victoria parpadeó.
—¿Cómo que para qué? —Diego abrió los ojos—. ¡Para la boda de los niños!
Victoria se dio un golpecito en la frente.
—¡Claro! ¿Cómo no lo pensé? Ya toca poner ese tema sobre la mesa.
Acordaron soltarlo en la cena.
***
En el comedor.
Victoria, risueña, sirvió más comida