Luciana respiró hondo en silencio y sonrió.
—Señora, tiene razón… Solo que la voy a hacer trabajar mucho. Mi agenda es…
—¡No hay problema! —Victoria no pudo contener la alegría al verla aceptar—. Tú tranquila. Yo me encargo de todo; dedícate a tu trabajo y no te preocupes por nada.
Le guiñó un ojo a su hijo.
—A ver, dime la verdad… ¿estás feliz?
Fernando se puso rojo. Era pena… y también culpa: un asunto tan grande como el matrimonio y no había podido darle a Luciana una propuesta como Dios manda.
—Jajaja… —Victoria se echó a reír y lo picó—. ¡Sírvele a Luci! Mira, ya casi termina. Lo que yo le puse no te gustó, ¿verdad?
Luciana, a pesar de lo delgada, comía con apetito. Mientras no fuera una dieta forzada, todo bien. Victoria pensó que, cuando Fernando estuviera sano, ojalá viniera un bebé de ambos. Alba era un sol, pero no era hija de su hijo; para que un matrimonio camine muchos años, un hijo en común ayuda.
Fernando asintió. Tomó la sopera y sirvió para Luciana.
—Luci, toma… Cuidad