Alejandro apretó la mandíbula. “¿Cansancio del trabajo? Esa se la cree solo Juana. Cuando estaba conmigo, ¿acaso no trabajaba también? Sabiendo lo que se parte el lomo, yo nunca la dejé cargar con nada más. ¿Y la familia Domínguez? ¿Victoria quiere a Luciana de niñera? Entiendo que una madre haga lo que sea por su hijo… pero ¿y Fernando? ¿De veras la ve agotarse y ni se inmuta? ¿Eso es todo lo que la quiere?”
***
La condición de Fernando Domínguez había mejorado mucho.
Cuando Luciana llegó, él estaba de pie con una muleta, practicando caminar desde hacía rato; el sudor le perlaba la frente.
—Luci… ya… llegaste —dijo, sonriendo. Aún hablaba despacio, a golpes de dos o tres palabras, sin llegar a frases largas. Los médicos, sin embargo, decían que su recuperación iba rápida.
Lo apuraba la prisa: quería volver a ser “una persona normal” cuanto antes. Fuera de dormir, vivía en rehabilitación.
—Luci, caíste del cielo —soltó Victoria, que lo acompañaba—. Dile algo, por favor. Hoy ya se pasó