Eran Alejandro y Juana.
Luciana, por reflejo, se pegó a un costado, aunque estaba sola en el ascensor y el espacio sobraba.
—Sí, señora Victoria… entonces cuelgo —dijo al celular.
—¡Luciana! —Juana, sonriente desde que entró, esperó a que colgara para tomarla del brazo—. Nos volvemos a encontrar, ¿ya saliste?
Últimamente pasaba seguido. Con Miguel Guzmán internado, era normal ver a Juana por el hospital.
—Sí —asintió Luciana, sonriendo. No miró a Alejandro; lo borró del cuadro como si no existiera. Él, al otro lado de Juana, hizo exactamente lo mismo.
—Ustedes… —dudó Juana, alternando la mirada entre uno y otra.
Por suerte, el ascensor llegó a planta baja. Las puertas se abrieron y Luciana salió primero.
—Juana, me voy adelantando.
—Eh… bueno —soltó su brazo.
Nadie previó lo siguiente: al dar el primer paso, Luciana perdió un poco el equilibrio y se ladeó.
—¡Luciana! —Juana estiró la mano para sostenerla.
El hombre se le adelantó. Una sombra alta cruzó frente a Juana —incluso la apartó