—Si no, ¿qué?
Clara Soler puso los ojos en blanco.
—¿Qué papá de verdad trataría así a su propia hija? ¿Crees que toda la culpa es mía?
No. Luciana sabía que no.
Antes de Clara ya lo había sentido: comparado con su mamá, el cariño de su papá hacia ella era escaso, delgado. De ahí esa frase que la perseguía: sus padres eran el amor verdadero; los hijos, un accidente.
“¿Y si eso… era la verdad?”
La voz de Clara le zumbó al oído.
—No me culpes a mí, ni a tu papá. Si vas a culpar a alguien, culpa a Lucy Pinto, a tu mamá. ¿Qué hombre aguanta que lo engañen y encima se haga cargo de un hijo ajeno?
Pero Luciana pensó que quizá había más.
Si lo de Clara era cierto… si la señora Hernández y Lucy Pinto de verdad eran la misma persona… entonces los años de distancia de Ricardo con ellos dos, hermano y hermana, cobraban sentido.
—¡Luciana! —Clara miró la hora y levantó el mentón—. Te vine a buscar y te solté todo esto por una razón: no entierres juntos a tu papá y a Lucy Pinto.
Bajó los ojos hacia