No era raro entonces que Salvador hubiera ayudado a los Hernández y que se mostrara tan respetuoso.
Con el escenario puesto, todo le quedaba a modo.
Apretó la mano de Martina, dio dos pasos al frente y se inclinó ante don Carlos con seriedad.
—Don Carlos, Martina y yo estamos juntos.
—¡Salvador! —Martina intentó zafarse y, de poder, le habría tapado la boca.
—Martina —la cortó su padre, con voz firme—. No hables. Deja que el señor Morán termine.
Ella mordió el labio, sin salida.
Don Carlos, el ceño apenas fruncido, lo miró de frente.
—Adelante, señor Morán.
—Si puede, dígame Salvador —asintió él—. Soy el novio de Martina y ya le pedí matrimonio. Aceptó. Estamos comprometidos. Usted es mi futuro suegro; soy el yerno en puerta. No hace falta tanta formalidad conmigo.
Marc se quedó boquiabierto.
“Un pez grande…” y aun así su hermana había sido la elegida.
—Papá… —Marc buscó a su padre con la mirada.
Don Carlos no estaba más tranquilo que él. Tras una pausa, decidió:
—Vamos a la sala y lo