Decir que lo de Salvador no le había pegado nada sería mentir.
Martina creía haber vuelto a su eje, pero… su mamá la leyó igual.
No quería preocuparla.
—Mamá, estoy bien —sonrió, como si nada.
—Ay… —Laura Gómez suspiró—. Si no quieres contarlo, no lo cuentes. Mamá no te va a presionar.
—Acuérdate: eres el tesoro de tus papás. Pase lo que pase, aquí estamos. Y también está tu hermano.
—Ajá —Martina asintió, obediente.
Se iba a curar. Algún día, lo de Salvador sería un recuerdo borroso.
—Listo —le terminó de peinar—. Voy a ayudar a papá en la cocina.
—Ve —sonrió Laura.
Bajó. Apenas pisó la cocina, se quedó fría.
—Papá, ¿por qué compraste tanto?
—¿Mucho? —Carlos Hernández limpiaba verduras—. Yo temía que no alcanzara.
—¿Tanto como para mí sola? —bromeó—. ¿Hay visita?
—Adivinaste —Carlos asintió y la puso a deshojar—.
Desde chicos me siguen entre ollas; los dos cocinan bien.
—¿Quién viene? —Martina se intrigó. Hoy casi todo mundo invita afuera; si venían a casa y su padre se ponía el delan