Las dos tenían la costumbre de bromear, así que Martina no se cortó.
—Ese “delito” que lo cargue Salvador. ¡Le queda perfecto! Jajaja…
Entre los hombres guapos de su círculo, Fernando era el número uno de Ciudad Muonio, la cara de cartel. Alejandro entraba en la liga de los atractivos y varoniles. Salvador, en cambio, jugaba en otra categoría: era bonito.
Lo mismo que Vicente: tan lindos que, cuando se ponen en modo “guapo”, las mujeres ni pintamos.
Al lado de Salvador, Martina a veces se reía de sí misma: a él le quedaba mejor el título de “belleza”.
—Mírala, toda ufana —se rió Luciana, contenta por ella. Notaba que, últimamente, Martina estaba genuinamente feliz.
—Pero… —bromeó, medio en serio— dicen que los demasiado guapos sacan mal genio.
—¿Y eso por qué? —frunció Luciana—. ¿Dónde oíste eso?
—Piensa —señaló—. Si es más bonito que nosotras, pues que al menos tenga carácter; si no, cualquiera lo mangonea.
—Mmm —Luciana soltó una risita—. Tiene su lógica. ¿Y Salva… ya te gruñó?
—Para