Delante de toda la familia, Hernán no quiso cuestionar a su hija. Cuando terminó la cena, se la llevó al cuarto junto con su esposa Carisa Moreno para preguntarle con calma.
—Juanita, lo que dijo tu tío… ¿qué pasa entre tú y el señor Guzmán?
—¿Qué de qué? —rodó los ojos—. ¿No sabían ya?
Desde que volvió a Ciudad Muonio, lo de perseguir a Alejandro no era secreto.
—No, espérate… —se apuró Hernán—. ¿Que no ya lo habías superado? ¿Él y “esa” no estaban juntos?
—Papá —frunció la boca y sonrió leve—, terminaron.
Hernán y Carisa se miraron.
—¿Cuándo fue eso? —no se habían enterado.
—Ay, papá —rio Juana—. ¿La vida privada se anuncia en altavoz? Terminaron, y ya.
—Pues…
—Hernán —lo contuvo Carisa—, si es cierto, tampoco suena mal. Tú andas inquieto buscando y no te decides por un yerno.
Era verdad. En Ciudad Muonio sobraban jóvenes brillantes; pero, con su posición, aspiraban a que su hija se casara bien. Habían visto varios: algunos con buen perfil pero con defectos; otros, que a Juana no le