—¿De qué te ríes?
Luciana tomó el tenedor para bajarle el ego.
—A ver, pruebo. Vamos a ver si el señorito Guzmán no es pura pinta.
—Adelante…
Pinchó una costillita, sopló y se la llevó a la boca.
De inmediato, se le abrieron los ojos.
Con la boca llena, no podía hablar; levantó el pulgar.
—Mmm.
—¿Rico, no? —Alejandro alzaba las cejas, orgulloso—. Si no fuera por el negocio familiar, me meto de chef.
—Ajá, sí —Luciana soltó la risa—. Con tantito halago ya te subes al ladrillo, ¿eh?
—Ni me atrevo —sonrió él, y siguió en la estufa.
Cuando todo estuvo casi, señaló a Luciana:
—Ve por Alba, ¿sí?
—Va.
A la mesa salieron tres platos y una sopa, y madre e hija se relamieron.
Alba terminó un platito de espagueti a la boloñesa en su platito de cerdito y, abrazándolo, preguntó:
—Papá, ¿puedo repetir?
—Claro.
Alejandro se levantó y le sirvió otra buena media porción. Separó la pasta con la cuchara para que comiera fácil, no quería que se empachara por la noche.
Él, en cambio, comió poco; pasó la ma