—No por eso existen —remató. Mientras hablaba, le despeinó con cariño la cabeza a Alba—. Nuestra princesita tampoco necesita aprender. Ustedes son mi tesoro y se merecen que las cuiden bien.
Luego miró a la niña con ojos de papá consentidor.
—Alba, acuérdate: jamás te busques a un hombre que necesite que lo estés cuidando.
Eso no es un hombre, es un inútil.
Alba no entendía gran cosa. Le sonrió a su papá y asintió muy seria:
—¡Ajá! Como mamá: yo me busco un hombre como tú.
Al oírla, los dos adultos se miraron y apartaron la vista.
Ya estaban separados.
Quizá Alba todavía no sabía qué significaba “separarse”.
—Listo —señaló a la niña—. Luci, llévate a Alba a jugar, ¿sí?
La cocina estaba hecha un caos; un tropiezo ahí podía salir mal.
—Ok.
Luciana se la llevó a la sala, prendió la tele y puso su caricatura favorita. Le sirvió un vaso con agua.
—Alba, ¿puedes verla solita? Mamá va a ir a ayudar… —se detuvo un segundo y cedió al antojo de la niña—. A ayudar a papá. Él solito no se va a dar