—Ja…
Al oír la mini queja de su hija, Alejandro no pudo evitar soltar una risa.
—¡Shh! —Alba se apuró; con su manita regordeta le tapó la boca—. ¡Que mamá no se entere! ¡Se va a enojar!
—Oh —Alejandro guardó la risa y asintió serio—. Fue mi culpa.
A un lado, Luciana lo escuchó clarito.
¿Y estos dos? ¿Creen que estoy sorda? Hacen su “junta privada” en mi cara.
—Entonces, Alba… —le preguntó al bultito que traía en brazos—. Si papá cocina para ti, ¿quieres?
—¡Guau! ¡Sí, sí! —alzó la cara feliz, pero enseguida frunció, preocupada—. ¿Papá sí sabe?
En su recuerdo, papá nunca había cocinado. ¿Y si le quedaba peor que a mamá?
—Sí sé —Alejandro le besó el cabello—. Tranquila. Lo que mamá no sepa, papá tiene que saberlo.
—¡Mamá! —Alba miró a su mamá—. ¿Papá puede cocinar, sí o no?
Por un lado, llevaba mucho sin verlo y estaba tan contenta que Luciana no tuvo corazón para negarse. Por otro, percibió que Alejandro venía de malas.
—Está bien —sonrió y asintió.
Alba y Alejandro se miraron y sonriero