Se quedó inmóvil, recostada, sin gastar fuerzas en manotazos inútiles.
De pronto, un resplandor tenue titiló frente a ella.
Luciana se sobresaltó: ¡había luz! No estaba ciega; simplemente todo era demasiado oscuro.
¿De dónde provenía ese destello?
¡Del bolsillo!
¿Y qué llevaba ahí? ¡Su celular!
El corazón se le disparó. ¿Quien la secuestró olvidó quitarle el teléfono… o lo hizo adrede?
Sea como sea, era un hilo de esperanza.
Con las manos atadas le costó horrores, pero al fin logró sacar el aparato.
Deslizó el dedo: sin señal.
Claro, en una cueva perdida sería raro tener cobertura.
A la luz mortecina distinguió paredes rocosas, sin el menor rastro humano.
Un escalofrío: ¿estaría en una isla desierta?
Las Maldivas cuentan oficialmente mil ciento noventa islas; solo unas pocas están habitadas. La mayoría son puro terreno virgen.
Quien la trajo hasta allí pensaba dejarla morir.
Manos y pies amarrados, sin agua ni comida y un celular inútil… querían que se consumiera en la desesperación, v