—Es verdad —Alejandro se rio al ver la cara de asombro de madre e hija—. Todo lo que tenemos en casa está aquí… solo que el lugar es un poco más chico.
¿¡Más chico!? Luciana le lanzó una mirada divertida. ¿Se estaba luciendo… o presumiendo?
—¡Tíooo! —la pequeña Alba se acurrucó en su pecho, soltando carcajadas—. ¡Estoy feliz!
Y de verdad lo estaba. ¿Qué niña no sueña con que la traten como a una princesa?
Alejandro la abrazó y besó su cabello:
—Si estás feliz, yo también.
—¡Guau! —de pronto la niña dio un brinco—. ¡Mamá, mira… la tele!
Tal como él había prometido, todo lo de la casa se repetía allí; no todos los aviones eran estrechos y apretados.
—¡Mamá, me gusta este avión! —exclamó, señalando la pantalla—. Tío, ¿hay Peppa Pig?
—Claro. —Alejandro tomó el control, encendió la pantalla y buscó—. Mira, aquí está.
—¡Sííí! —musitó Alba, acurrucándose en su hombro—. Gracias, papá, te quiero.
Alejandro se quedó quieto un segundo y, en la misma voz bajita, respondió:
—También te quiero.
Luc