—De acuerdo… ¿Volverás esta noche?
Alejandro miró la hora.
—No. A estas horas despertaría a todos; me quedaré en la Casa Guzmán.
—Está bien.
—Descansa, amor. Buenas noches.
En cuanto se marchó, Luciana frunció el ceño: Alejandro le ocultaba algo. Resultaba raro: últimamente la trataba como si ya fuera su esposa, casi reportándole hasta cuántos tacos comía. ¿Qué podía ser tan grave para que le guardara silencio?
***
Alejandro llegó a la Casa Guzmán a toda prisa y, en la entrada, se topó con la última persona a la que deseaba ver. La sangre le hervía. Juró que nunca más cruzaría su camino.
El hombre salía por la verja principal. Traje impecable, cabello corto peinado hacia atrás; pese a los años llevaba el porte erguido. Se parecía a Alejandro, como un espejo del futuro bien conservado. Claramente la vida le había sonreído. Al reconocerlo dentro del coche, sus labios temblaron:
—Alejandro…
Él lo fulminó con una mirada helada y apartó la vista.
—Cierra la reja —ordenó al chofer.
—Sí, señ