Le cerró los dedos alrededor del silbato.
—Guárdalo bien; si lo pierdes, hallarme será más difícil.
***
La noche avanzó. Martina, agotada, se quedó dormida reclinada en el asiento del copiloto.
Salvador, en cambio, no pegaba ojo. Observó su rostro iluminado apenas por la luz del tablero: tres años atrás lucía todavía cachetoncita; ahora sus facciones eran definidas, casi delicadas.
Con sumo cuidado le apartó un mechón de cabello y rozó sus labios con un beso suave. Ella no se movió. El deseo se le agolpó en el pecho, dispuesto a…
¡Paf! De pronto, un rostro se aplastó contra la ventanilla.
Salvador pegó un brinco y se separó de golpe, fulminando al intruso con la mirada.
—Señor Morán —se excusó Manuel, tan sorprendido como él—, vine a recogerlo.
—Qué oportuno —ironizó Salvador con un bufido—. Justo ahora apareces.
Manuel parpadeó, nervioso.
—Entonces… ¿debí venir o no?
El sobresalto despertó a Martina. Se frotó los ojos.
—¿Qué pasa? ¿Llegó tu gente?
—Sí.
Al verla, el ceño fruncido de Sa