—Lu… Luciana —insistió Victoria, casi suplicando—. Te lo ruego.
Pasó un segundo eterno. ¿Cómo pedírselo? Antes de articular palabra, oyó pasos en el pasillo; Alejandro regresaba. Cerró la conversación con premura.
—Tía, ahora no puedo hablar. Luego la llamo.
Colgó justo cuando él entraba. Alejandro notó el teléfono en sus manos.
—¿Te interrumpí? —preguntó, arqueando la ceja.
—No, ya terminaba —sonrió ella—. Ve a cambiarte; yo bajo a estar con Alba.
—De acuerdo —asintió Alejandro, siguiendo con la mirada la espalda de Luciana mientras salía.
Durante dos días la había visto colgada del teléfono, consultando a todo el mundo sobre algo que se negaba a contarle. Si Luciana no quería hablar, él mismo averiguaría.
No tardó en llamar a Simón. El guardaespaldas había estado a su lado todo el tiempo; bastaba con preguntarle a las personas que visitaban a Luciana para saber de qué se trataba.
Cuando Simón regresó con el informe, se lo soltó sin rodeos:
—Doña Luciana anda detrás de un medicamento