La voz le fue bajando:
—Me costó tanto salir del pozo… y ahora vienes tú a arrastrarme atrás. No puedes ser tan egoísta…
Su pierna flojeó y casi se desplomó.
—¡Luciana! —Alejandro la sujetó a tiempo y la recostó en la cama—. Olvidemos esto un momento. ¿Dónde te duele? ¿La pierna?
Ella evitó su caricia girando el rostro.
—No es nada; solo estuve demasiado rato de pie.
Respiró hondo, se serenó un poco.
—Dime, ¿por qué, de repente, quieres casarte? —Desde aquella noche en que él la tomó por la fuerza percibía que Alejandro sí pensaba seguir “juntos”, pero jamás había presentido planes de matrimonio. Que ahora lo propusiera era… peligroso.
Él bajó la mirada sin responder al instante.
Luciana recordó algo.
—Las pastillas… —susurró. Él sabía que tomaba medicación—. ¿Qué más averiguaste?
Alzó la vista; sus ojos mostraban dolor, ternura y culpa a la vez.
—Todo —confesó—. Vi una copia de tu expediente clínico.
Luciana se estremeció.
—¿T todo? —dijo en voz baja.
—Sí. —Alejandro asintió despacio—