Se señaló el cabello, aquel corte que todavía no le llegaba a los hombros. Al verla así, a él se le encogió el corazón. Recordó aquella tarde lejana en que, con la melena hasta la cintura, ella le confesó que solo una vez se lo había cortado: cuando terminó con Fernando. Cortar por lo sano… ¿y ahora?
Hasta entonces Alejandro no se había atrevido a preguntar —temía tanto que la respuesta fuera por él… como que no lo fuera—, pero las palabras le salieron a medias:
—Luciana… ¿lo hiciste por mí?
—¡Claro que sí! —espetó ella sin vacilar.
El golpe lo dejó mudo, y enseguida lo envolvió un pánico feroz.
—Alejandro —continuó ella sin apartar la vista—. Aun después de tantas decepciones, en mi pequeño departamento quise darte—darnos—otra oportunidad. De verdad imaginé un futuro contigo…
A él se le nublaron los ojos; la sujetó por los hombros, ansiando decir algo que surtiera efecto, pero cada frase le parecía inútil.
—¡Fuiste tú! —Luciana aferró el cuello de su camisa—. Nunca pudiste soltarla. E