Entre caricias y suspiros, el silencio de la habitación se llenó de la calidez de ambos.
Cuando se separaron, sintieron que sus latidos seguían el mismo ritmo. Incluso sentados en sillas distintas, la distancia se antojaba enorme. Alejandro la alzó y la sentó sobre sus piernas, volvió a tomar el cuenco y le ofreció la sopa.
—Mezcla el arroz con el caldo —pidió ella, en voz baja.
—¿No decías que no tenías hambre? —bromeó él.
—Lloré tanto que me dio apetito…
—Entendido.
Mientras la ayudaba a comer, le habló con ternura:
—Cuando nazca el bebé, viajaremos a Canadá para ver a Pedro. Cada vez que extrañes a tu hermano, podemos ir. Ya le pedí a Balma que te mantenga informada y hagan videollamadas a diario. Está bien que te preocupes, pero no te angusties de más, ¿vale?
—Sí, lo sé.
—Buena chica.
Tras la cena, Alejandro la ayudó a darse un baño relajante y a remojar los pies, e incluso se aseguró de que tomara su medicamento. Se acurrucaron juntos a ver un programa de TV y finalmente se quedar