—Hermana… —musitó el chico, asintiendo mientras se inclinaba para abrazarla. Le sacaba varios centímetros de estatura, así que la envolvió con sus largos brazos—. Me esforzaré, te lo prometo.
—Sí… —replicó Luciana con un hilo de voz—. Aquí te espero.
Finalmente se separaron. Juan y Balma guiaron a Pedro hacia el control de seguridad. El muchacho se volvió por última vez para agitar la mano en dirección a su hermana.
—¡Pedro! —Luciana se paró de puntillas—. ¡Buen viaje!
Él esbozó una sonrisa y continuó su camino, hasta que su silueta se perdió de vista. Incapaz de contenerse, Luciana se apoyó en Martina y rompió en llanto, recordando a aquel niño con el que había convivido catorce años, siempre juntos.
Martina la abrazó con suavidad, sin decir nada, acompañándola en su dolor.
De pronto, el teléfono de Luciana vibró. Era un mensaje de Pedro: una foto suya, ya sentado en el avión, haciendo una señal de victoria con los dedos y una sonrisa enorme.
—Ay, este niño… —dijo Luciana, entre risas