La frialdad de Luciana lo hizo sentir un pinchazo de decepción. Ya lo sospechaba; ella no parecía nada feliz de verlo. Aun así, había supuesto que tal vez, en el fondo, se alegraría de su llegada.
“Bueno, ¿y ahora qué?”, pensó. Con un brillo en los ojos, de pronto recordó algo. Se acercó al oído de Luciana y le murmuró en voz suave:
—¿Te quedaste con ganas de las costillas asadas que estabas comiendo hace un rato?
—¿Eh? —Luciana se quedó atónita. ¿Por qué sacaba ese tema de pronto? Sin embargo, su mirada y su gesto de tragar saliva lo delataron todo, confirmando que él había dado en el clavo.
—Ya veo —Alejandro sonrió con complicidad—. Deja que te pida otra orden.
Se incorporó para hablar con el mesero y, mientras se alejaba, murmuró con un cierto aire divertido:
—Eres como una niña. No puedes quedarte sin tu trozo de carne sin enfadarte.
—¡Oye! —murmuró Luciana indignada, mirando cómo se alejaba—. ¿Cómo que “como una niña”? ¿Qué le pasa hoy?
Comenzaba a sentir algo extraño en él, como