“¿Abajo? ¿Dónde abajo…?”
De pronto lo entendió y casi se atragantó. Se puso de pie de inmediato. ¿Alejandro estaba en la planta baja del restaurante? ¿En serio había venido?
Pasaron unos segundos sin que ella respondiera, y él continuó con un leve tono de desilusión:
—Si no bajas, subiré yo solo. ¿En qué salón están?
—¡No, espera! —replicó Luciana, reaccionando al fin—. Yo… ya bajo.
—De acuerdo, aquí te espero.
Sin avisar a nadie, Luciana salió del privado apresuradamente. Bajó las escaleras y, en la recepción, vio esa silueta inconfundible: alto, con porte elegante, y un aire de cansancio que no lograba opacar su atractivo.
—Luci… —la llamó él, esbozando una pequeña sonrisa que revelaba el desgaste del viaje.
—¿Por qué viniste? —preguntó ella, apurada y sorprendida, más que contenta.
Alejandro se sintió algo incómodo.
—¿No fuiste tú quien me invitó? ¿No debería estar aquí? ¿No te alegra?
—Yo no dije eso —contestó Luciana, aunque lo pensara—. Fuiste tú quien comentó que no podrías veni