“¿Será que… me voy a morir?” se preguntó con una extraña serenidad, sintiendo que su conciencia flotaba.
Veía rostros borrosos: la doctora Alondra, varios enfermeros… Todos se movían con apuro, pero ella los sentía lejanos, como si estuviera al borde de dejarlo todo.
No sentía miedo. Al contrario, pensaba en su padre, en Fer… y asumía que tal vez era su turno de partir.
“Si muero, al menos… será una forma de expiar mis culpas. Aunque no sirva para regresar a quienes perdí, mi conciencia descansará un poco más.”
Con ese pensamiento, Luciana cerró los ojos, dispuesta a abandonarse a su destino.
—¡Doctora Alondra, esto no es bueno! —gritó alguien—. ¡La paciente dejó de respirar!
—¡Suban el flujo de oxígeno!
Alondra, en un acto de desesperación, comenzó a darle palmadas suaves en las mejillas:
—¡Luciana, reacciona! ¡Piensa en tu hija! ¡Apenas nació y está en la incubadora porque vino antes de tiempo! ¿En serio vas a dejarla sola?
Habló con fuerza, casi enojada:
—¡No seas ingenua! ¡Si tú fa