Aquella pregunta la dejó helada, como si la hubieran arrojado a un pozo de hielo. Fue tal el impacto que sintió su rostro arder, como si la hubieran abofeteado sin tocarla.
—¿De veras no entiendes o te haces la que no comprende? —insistió Alejandro, con una sonrisa irónica que crispaba sus facciones—. ¿Pensaste que alguna vez financié el proyecto de Delio por bondad o porque me sobraba el dinero y no sabía en qué gastarlo?
Sus ojos destellaron un brillo helado:
—Ninguna de esas razones. Lo hice por ti. Te consentía y me parecía justo invertir en algo que te hacía feliz. Pero, ¿ahora? Dime, ¿qué sentido tiene que yo siga haciendo de idiota? ¿Crees que aún vale la pena gastar un centavo en ti? Con el dinero que invertía, podría alimentar a las palomas, y me saldría mucho más a cuenta.
Luciana quedó estupefacta, sin poder articular una sola palabra. Era como si el suelo se abriera bajo sus pies. Alejandro, al percibirla tan aturdida, alzó la mano con un gesto cansado.
—Vete. No vuelvas a