Y vio algo moverse en la parte alta de la fachada del hospital. Parecía un enorme letrero luminoso a punto de desprenderse.
Todo pasó en un instante que se volvió eterno, como en cámara lenta.
—¡Luciana! —escuchó el grito desesperado de su padre.
Ricardo se abalanzó contra ella, empujándola para apartarla de la trayectoria. En ese mismo instante, Martina, que regresaba con la botella de agua, oyó el estruendo monumental.
—¡Pum!
El letrero cayó con un estrépito que hizo temblar el suelo y levantó una nube de polvo. Luciana retrocedió tambaleándose, mientras Ricardo se quedaba justo donde no debía.
—¡Luciana! —Martina corrió a sostenerla—. ¿Estás bien?
—… —Luciana se quedó sin aliento. Aquel empujón la había librado del impacto, pero al abrir los ojos, vio a Ricardo inmóvil, con la mirada fija en ella.
En cuestión de segundos, un hilo de sangre asomó por su frente, y luego se convirtió en un reguero que le cubrió el rostro.
—¡Ah! —exclamó Martina, horrorizada.
El gran letrero había caído