«Debió irse tras esperar tanto», pensó, algo desilusionado.
Justo en ese instante, Luciana salía del baño y los vio a lo lejos, atravesando la puerta principal. Inmediatamente alzó la voz:
—¡Alejandro!
Él se detuvo en seco, sintiendo un ligero estremecimiento. Se volvió y descubrió a Luciana acercándose con paso apresurado, casi corriendo, algo que le pareció imprudente dada su condición. Se frunció el ceño: «Con ese vientre tan grande, ¿por qué se apresura así?», pensó. Pero enseguida desechó esa preocupación: «¿Qué me importa?», se dijo.
—¡Alejandro, espera! —exclamó ella, respirando con dificultad al llegar a su lado—. ¿Podrías… darme unos minutos de tu tiempo?
Alzó la mirada, con ojos de cervatillo y una expresión de sincera súplica que a Alejandro lo hizo tensar la mandíbula un segundo. Sin embargo, él respondió con una risa seca.
—Vaya. Es raro verte buscándome tan insistentemente.
—Yo…
Pero antes de que pudiera decir más, él la interrumpió de forma tajante.
—No tengo ningún minu