—Marti —dijo Vicente, serio—. Yo te fallé, sí. Pero tantos años de amistad no se tiran por la borda. Verte a estas horas y largarme como si nada… no puedo.
Martina lo escuchó en silencio. De pronto, ya no quiso negarse. “Si Salva puede acompañar a su amiga, ¿por qué yo no podría sentarme un rato con el mío?”
—Está bien —sonrió—. Además, hace mucho que no nos vemos.
Aplaudió bajito.
—Brindemos, ¿sí? No viniste a la pedida; me debes al menos una copa.
Vicente dudó un segundo y asintió.
—De acuerdo.
Pensó que era ella quien quería beber; él la acompañaría y cuidaría que no pasara de ahí.
—Mesero.
Martina pidió una botella. Llegó enseguida.
—Vamos —le sirvió a ambos, chocaron vasos, y ella bebió un trago largo.
—A ver… —se le iluminó la sonrisa—. ¿No tienes nada que decirme?
—¿Qué quieres escuchar? —él la midió. Las felicitaciones ya iban en aquel regalo.
De pronto, soltó:
—Marti, ¿de verdad te gusta Salvador?
—¿Eh?
Martina parpadeó; la risa le quedó un poco hueca.
—Claro. Si no, ¿por qué