Aunque gente es lo que sobra, si de un día para otro tantos empleados renuncian a la vez, mañana el Grupo Guzmán será una ciudad fantasma.
En teoría, nadie puede irse de inmediato: hay cláusulas y penalidades por incumplir el preaviso. Pero Daniel ya lo había calculado: prometió cubrir él mismo esas indemnizaciones. Les lanzó dos anzuelos —subida de sueldo y pago de penalidades—. ¿Cómo no iban a morder? La mayoría trabaja por dinero.
Alejandro cerró los ojos y se apretó el puente de la nariz. Había que decidir rápido.
—¿Cómo lo está financiando? —Sergio frunció el ceño—. ¿Cuánta plata necesita para algo así?
Se sabía que Daniel tenía negocios en Canadá, pero armar una operación de este tamaño no era cualquier cifra.
—Lleva años allá —respondió Alejandro—. Tiene redes y mañas.
—¿Entonces alguien lo respalda?
—No necesariamente “respalda”. Llamémosle intereses alineados.
—Y ahora… —Sergio volvió al foco—. ¿Qué hacemos, jefe?
La salida más burda era ofrecer más que Daniel. Pero subir sala