La ceremonia de compromiso fue solemne y bulliciosa a la vez. Para ser “solo” la pedida, hasta vino el director de doctorado de Martina como testigo, y el maestro de ceremonias fue el tercer hermano de Salvador, Santiago Morán, en persona.
Las dos familias compartían mesa entre risas. En especial la señora Morán, que tomó de la mano a la mamá de Martina, con los ojos todavía húmedos.
—Consuegra, tranquila. No tengo hijas —desde hoy Marti es mi hija—. Y a mis nueras siempre las consiento más que a mis hijos. Si no me cree…
Señaló a las otras nueras.
—…pregúnteles.
—Es verdad —respaldaron, divertidas.
La señora Morán remató:
—Y desde hoy van a tener que hacer fila. Todo el mundo sabe que mi niño es Salva. Me agarró ya grandecita; yo era mamá de “edad avanzada”. Así que imagínese a mi consentida: su esposa.
La mamá de Martina asintió con lágrimas de gusto.
Desde un lado, Luciana entendió la jugada: si Salvador “tenía asegurada” a Martina, la casa Morán había puesto mucho de su parte.
—Luc