—¿Qué sucede? —Alejandro notó la rigidez de Luciana y la sostuvo con sobresalto—. ¿Te duele algo?
No… ¡no era eso!
Luciana quiso advertirle, pero no le salían las palabras; apenas podía moverse.
¡Ale!
Perdió el equilibrio y se desplomó contra su pecho. Pretendía empujarlo, alejarlo del peligro, pero aquel gesto fue tan inútil como un soplido contra un árbol.
—¡Luci! —Él la atrapó; no alcanzó a preguntarle más cuando un dolor agudo le atravesó la pierna.
—¡Ah! —soltó un quejido.
Bajó la mirada: una serpiente de anillos plateados lo había mordido.
Instintivamente agarró la cola del reptil, lo alzó y lo azotó contra el suelo. El animal quedó inmóvil de inmediato.
Pero el veneno ya circulaba. Alejandro sintió un latigazo en el pecho; el aire se le hizo denso. Intentó conservar la lucidez, apretó los dientes y sujetó la mano de Luciana.
—Lu… ci…
No pudo más. Con un golpe seco se desplomó. Sin su soporte, Luciana cayó también y rodó ladera abajo.
—¡Ah…! —El golpe la espabiló un poco.
Quedó u