Capítulo 1136
—Ale… ya no puedo… —La voz de Luciana se quebró—. Fernando despertó; me necesita. Está así por protegerme… no puedo desentenderme de él.

—¿Y yo? —Alejandro sentía que perdía la cordura—. ¿Él te necesita y yo no? ¿Solo porque él estuvo tres años postrado y yo “apenas” tres días?

—No es eso…

—¿Entonces qué? —le martillaba la cabeza y el pecho—. Hace nada estábamos bien, muy bien, ¡y ya quieres botarme! ¡Eres una mentirosa, Luciana!

La soltó de golpe y se puso de pie. La pierna izquierda todavía no respondía: tambaleó, casi cae.

—¡Ale! —Luciana quiso sostenerlo.

—¡No! —él se apartó—. Si no puedes quedarte toda la vida, no me des falsas esperanzas.

Y, apoyado en el bastón, salió de la habitación.

—Ale…

Extendió la mano; quedó suspendida en el aire. La puerta se cerró de un portazo. Con aquel “¡pum!”, toda la fuerza se le esfumó: se dejó caer de rodillas.

—Ale… —hundió el rostro en los brazos, sollozando apenas; el corazón retorcido dentro del pecho le dificultaba respirar. Entendió al fin
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