Estiró el brazo con todas sus fuerzas para alcanzar la mano de él.
Parecía tan cerca… y a la vez tan lejos.
Al fin rozó sus dedos y los apretó. Las lágrimas brotaron como un torrente.
¿Terminaría todo allí, juntos, ese mismo día?
Curiosamente no sintió miedo, solo la punzada de lo que quedaba pendiente…
¿Y Alba? —pensó—. El abuelo Miguel la cuidaría, pero ¿cuánto tiempo le queda?
—Alba… —susurró.
Y Fernando… ella no llegaría a verlo despertar.
—Ale… —musitó.
Sin energías, se aferró a su mano y cerró los ojos.
—¡Hay alguien aquí!
—¡Parece una mujer!
—¿Será la señora Guzmán?
—¡Miren, es don Alejandro!
—¡Equipo, acá están los dos! ¡Los encontramos!
La voz corrió de hombre en hombre:
—¡Localizados el señor y la señora Guzmán!
***
—¡Listos con el antídoto polivalente!
—¡Sí, doctor!
—¡Oxígeno a presión!
—¡Aplicado!
—¿La incisión de drenaje?
—¡Abierta!
—¡Irriguen con solución salina!
—¡Enseguida!
De pronto el monitor lanzó un pitido agudo; la línea de ritmo se aplanaba.
—¡Doctor, asistolia!
—