El grito de Luciana retumbó en el vestíbulo.
—¡Oh! —La niña frenó de golpe, quedó frente a Alejandro y examinó su pierna izquierda… luego la derecha.
Confundida, alzó la carita:
—Mamá, ¿cuál piernita se lastimó el tío?
—La izquierda, amor.
—¡Ah! —asintió; volvió a Alejandro, todavía perpleja—. Tío, ¿cuál piernita se lastimó?
No distinguía izquierda de derecha.
—Ésta de aquí. —Alejandro sonrió y palmoteó su muslo izquierdo.
—Ya entendí.
En vez de alejarse, Alba se acercó y apoyó la mano con sumo cuidado.
—Yo la toco despacito. Así ya no duele y sanas rápido.
Al hombre se le aguaron los ojos: ¿cómo no adorar a un angelito así?
—Mi niña… —inclinó el torso para abrazarla.
—¡Alto! —Luciana interceptó el movimiento y lo fulminó con la mirada—. Aguanta tantito: cuando esa pierna responda podrás cargarla todo lo que quieras.
Después acarició la cabeza de la niña:
—El tío te extraña; tómale la mano y dale mucho cariño.
—¡Claro! —Alba alargó la manita—. Tío, yo te cuido.
—¡Claro! —repitió Alejan