De regreso, Alejandro le apretó la mano todo el camino, como si temiera que se desvaneciera.
El corazón de Luciana pesaba.
Se dijo que tenía el corazón duro: en cada relación había sufrido, pero siempre era la primera en sanar.
Quienes no conseguían soltar eran los otros.
Antes fue Fer.
Ahora era Alejandro.
***
El auto se detuvo frente al ala VIP.
—Con cuidado.
Luciana ayudó a Alejandro a bajar y le regaló una sonrisa tenue.
—Adivina quién vino a verte.
Alejandro parpadeó, desconcertado.
—¿Quién?
—¡Tío!
No hizo falta que Luciana respondiera: desde el lobby corría hacia ellos una figurita diminuta.
Mientras corría, Alba extendía los brazos pidiendo un abrazo.
—¡Tío!
El rostro de Alejandro se iluminó al instante y se agachó para alzarla.
—¡Ni se te ocurra!
Luciana lo sujetó y detuvo también a su hija.
—Alba, ¿qué te dije?
—Oh.
Alba recordó la instrucción y bajó obediente sus regordetas manitas.
—Mamá dijo que el tío está lastimado y no puede cargarme.
—Exacto.
Luciana se agachó y levantó