Sabía que ella había estado en casa de los Domínguez.
Al verla así al volver, supuso que se debía a Fernando.
—No —negó Luciana—. Él está bien.
—Entonces es cansancio —no insistió—. Vamos arriba a descansar temprano.
Ella no dijo nada y lo dejó guiarla hasta la habitación principal.
—Voy por ropa; te ayudaré a ducharte.
Sus heridas ya habían cerrado; podía darse una ducha rápida.
Luciana se volvió hacia el vestidor, pero Alejandro no soltó su mano.
—No hay prisa —la sentó en el sofá—. Aún es temprano, conversemos un poco.
—Como quieras —respondió sin entusiasmo.
—Luciana…
Alejandro jugueteó con sus dedos como si fueran una pieza de porcelana, acariciándolos con cuidado.
—Cuando esté completamente bien, le pediré a Sergio que organice unas vacaciones. Tú, Alba y yo.
—¿Eh? —Luciana se sorprendió; no esperaba esa idea.
—¿Adónde te gustaría ir? —Alejandro se animó—: Europa, Argentina… lo que prefieras. Alba solo va de paseo; la decisión es tuya.
Se acordó de algo—: Y así saldamos nuestra l