Simón Barton, es un hombre frío y despiadado dueño de una compañía petrolera en Texas, su única debilidad es su abuela Lucía. Y la astuta anciana lo que más desea es verlo casado y con hijos. Por lo que necesita encontrar una esposa que esté dispuesta a darle al menos un heredero. Madison y Margaret Fulton son gemelas idénticas, Madison es maestra de primaria y Margaret aspira a ser modelo. Siempre que Marga se mete en problemas, Maddy acude al rescate. Cuando la madre de ambas está a punto de perder la antigua mansión familiar por una hipoteca, Margaret haciéndose pasar por Madison firma un contrato para casarse con Simón por dinero, y después se arrepiente, por lo que Maddy se ve obligada a cumplirlo, de lo contrario podría ir a la cárcel. Dos personas que se descubren en un matrimonio por contrato. ¿Podrá Maddy cumplir con la promesa hecha por su hermana? ¿Qué sucederá cuando Simón se entere de que se casó con la gemela equivocada?
Leer másEl helicóptero de Simón Barton aterrizó en Xicoténcatl, el pueblo ubicado en el estado de Tamaulipas, México, donde vivía Lucía, su abuela materna.
Esa mañana, mientras revisaba las estadísticas de la producción de su más reciente pozo petrolero, recibió una llamada de la señora.
―Hola, abuela ―contestó dejando a un lado su tableta.
―Dios me lo bendiga, hijito, ¿Cuándo vienes a verme?
―Sabes que iré el domingo, como todos los domingos, ¿deseas que te lleve algo?
―No, solo que me gustaría que vinieras un poco antes, tengo un poco de dolor de estómago y el médico del pueblo me quiere obligar a ir al hospital...
―Voy para allá, abuela.
Lucía Rodríguez era la única persona que podía alterar al imperturbable Simón Barton y el hecho de que ella admitiera un dolor le preocupa mucho porque su abuela era fuerte como un roble y jamás se quejaba.
De inmediato, Simón se levantó de la silla, tomó el traje de su chaqueta, abrió la puerta de su despacho y se encontró a sus guardaespaldas acompañados por su asistente.
―Iré a visitar a mi abuela ―fue lo único que dijo al pasar delante de ellos.
Los hombres lo siguieron, uno de ellos corrió para llamar el ascensor, mientras la asistente tomaba su teléfono para hacer los arreglos necesarios para el viaje imprevisto de su jefe.
Cuando el ascensor del edificio de oficinas de la Barton Petroleum Company llegó al sótano, tres camionetas Hummer de color negro esperaban a Simón. Él abordó la del medio y con una sincronización perfecta arrancaron rumbo al aeropuerto.
Su avión estaba listo para partir de Houston cuando lo abordó, siete horas después estaba llegando al aeropuerto de Ciudad Victoria en Tamaulipas, México, en el mismo aeropuerto subió a su helicóptero que lo llevó hasta Xicoténcatl, el pueblo donde vivía su abuela.
Unos veinte minutos después el aparato estaba aterrizando en el helipuerto que hizo construir en el campo que estaba al lado de la casa de su abuela.
Durante todo el trayecto desde Houston, trató de hablar con el médico de su abuela, pero este tenía el teléfono apagado. Habló de nuevo con ella y le dijo que el doctor estaba atendiendo un parto y que su dolor estaba un poco mejor.
―Si al menos vivieras conmigo, abuela ―se quejó Simón ―En una emergencia me tomará ocho horas llegar hasta ti.
―No me gusta Gringolandia, Simón, aquí tengo mi casa, mi familia y amigos.
Suspirando se dijo que ya estaba cerca.
Al bajar del aparato, se encontró con que había una fiesta en la casa de su abuela.
―¿Qué demonios está ocurriendo aquí? ―se preguntó mientras caminaba a la casita donde vivía Lucía y que esta se empeñaba en conservar a pesar de que él era uno de los hombres más ricos de Texas.
―Hola, hijito que bueno que ya llegaste ―dijo Lucía saliendo a recibirlo.
Su abuela tenía setenta años, medía un metro con cincuenta centímetros. Vestía un traje tradicional y su cabello blanco estaba recogido en dos trenzas que corrían desde su frente hasta sus hombros.
―¿Cómo te sientes, abuela? ―preguntó mirando a todas las invitadas que se habían reunido a su alrededor.
―Ah, ya me siento mucho mejor, hijito, creo que tenía gases, Marcelina me dio un té de anís estrellado y ya los boté todos ―dijo con cara de inocente.
Simón entrecerró los ojos con poco de desconfianza, comenzaba a sospechar que detrás del malestar de su abuela se ocultaba algo más.
―Te llevaré al hospital para estar seguros ―replicó Simón con voz seria.
―¡Oh, no! Simón, no iré al hospital ―dijo la doña enfurruñada con los brazos cruzados sobre el pecho.
Su abuela era testaruda como ella sola y él sabía que cuando lo llamaba Simón era porque estaba molesta.
Y si ella estaba molesta no había quien la hiciera cambiar de opinión.
Muchos pares de ojos se enfocaron en su discusión.
―Abuela...
―Además, tengo invitadas, hoy decidí hacer una fiesta feminista y convocar a todas las jóvenes casaderas del pueblo para que escojas una y te cases con ella. Simón, ya sabes que cada día me hago más vieja. Antes de morir quiero verte asentado con una buena mujer y que me traigas un bisnieto.
Simón tuvo la sabiduría de no corregirla y decirle que era una fiesta femenina, no feminista.
―Abuela. ¿Podemos hablar en privado?
Lucía se giró y caminó a la sala. Simón la siguió obediente.
―Tengo tres años pidiéndote lo mismo. El otro día vi una película donde invitaban a las chicas a un baile para que un tal príncipe escogiera una, él escogió una chica y se casó.
―Me alegra saber que le estés dando uso al televisor que te regalé ―dijo él con un poco de ironía.
―Marcela lo enciende cuando estamos cocinando dizque para entretenerse. El hecho es que el príncipe escogió la que le gustaba entre todas las mujeres casaderas del pueblo.
Lucía nunca confesaría que le encantaba ver las novelas y La Rosa de Guadalupe.
―¿Le dijiste a alguna de ellas que la fiesta era para que escogiera esposa?
―Quizás se me escapó algo.
Simón vio a las mujeres que estaban frente a la casa, tratando de ver al interior. Todas se habían arreglado esperando ser la escogida.
Él era el patrocinador de la comunidad, otorgaba becas, daba trabajo a los hombres, había construido un hospital y una escuela en el pueblo a petición de su abuela.
Era la gallina de los huevos de oro.
Conocía a algunas de las mujeres que estaban allí, porque él se crio en ese lugar hasta los diecisiete años cuando se marchó a los Estados Unidos a buscar a su padre.
Ninguna de aquellas mujeres encajaba en su nuevo mundo, Simón había construido un imperio gracias a un golpe de suerte. Su padre, un reconocido ganadero de Texas tuvo que darle su apellido tras la demanda que Simón entabló a los diecisiete años cuando puso un pie en los Estados Unidos.
Más tarde al morir, su padre le legó unas tierras áridas y secas para burlarse de él y de su propósito de ser ganadero.
Esas tierras tenían debajo uno de los más grandes yacimientos de petróleo no descubierto del estado.
Y él a diferencia de sus hermanos se había vuelto millonario.
No era que estuviera subestimando a esas mujeres, estaba convencido que el dinero podía trasformar a varias de ellas en princesas, sino que él se había americanizado desde entonces y veía la vida de un modo totalmente diferente.
Simón miró a su abuela, tenía los ojos brillantes y su mano reposaba sobre su estómago. ¿En verdad estaría, bien? No lo sabía, su abuela era capaz de ocultarle alguna enfermedad para no preocuparlo.
―Abuela, tú ganas, me buscaré una esposa y te daré un bisnieto, pero déjame escoger a alguien a mí, ¿sí? Estoy seguro de que todas estas chicas son de buena familia, que tiene buenos sentimientos, pero debo ser yo quien encuentre la mujer adecuada para casarme.
―¿Me gustaría celebrar la Navidad contigo y tu esposa? ¿Crees para entonces hayas encontrado una? ―preguntó Lucía con ojos emocionados.
Pensó que tal vez su amante pudiera pasar por su falsa esposa, pero pronto descartó el pensamiento, Viviana no era el tipo de mujer que le presentaría a su abuela. ¡Maldición! Tenía que buscar una solución pronto.
―Faltan seis meses para Navidad, abuela, pero sí, te prometo que para entonces tendré una esposa.
―Gracias, hijito, me haces muy feliz. Ahora debes marcharte, debo salir y explicarles a las chicas que no escogiste a ninguna de ellas, ¿o quieres hacerlo tú?
Simón negó con la cabeza con rapidez.
―Volveré el domingo, abuela, pero quiero que me prometas que si tienes algún malestar irás al hospital.
―Sí, hijito, no te preocupes, si me siento mal, iré al hospital, pero no creo que suceda, me has dado una razón más para vivir.
Simón salió de la casa con Lucía, le dio un beso a su abuela en la mejilla y caminó con pasos rápidos rumbo al helicóptero.
Desde el aire vio a su abuela meneando la mano para despedirlo.
Cuando el helicóptero se alejó Simón pensó que era algo sumamente extraño que su abuela no lo atiborrara de comida, en verdad debía de sentirse mal, pero era tan terca que solo podía vigilarla a la distancia.
En la casa, la anciana se dirigió a las mujeres.
―Muchas gracias a todas por su colaboración, también quiero agradecer a Mariana por su plan ―dijo Lucía señalando a una mujer que estaba cerca ―gracias a su ingenio logré arrancarle una promesa a Simón.
―Gracias a Dios, me siento demasiado fea con esto ―replicó una chica quitándose las cejas postizas que le daban una apariencia horrible.
―Si tú crees que las cejas son molestas, prueba con el bigote ―dijo otra.
―Este vestido pica ―se quejó una tercera.
―No te quejes, el mío huele a naftalina ―replicó una cuarta.
―Sé que ha sido un gran sacrificio para todas arreglarse de esa manera y lo agradezco muchísimo ―dijo la anciana.
―No se preocupe, doña Lucía, estamos para servirle ―respondió una de las chicas, al parecer en nombre de todas porque las demás asintieron.
«Muy pronto tendré en mis brazos a un bisnieto», pensó la anciana con una gran sonrisa.
El atardecer pintaba de rojo el cielo de Texas, Marga estaba sentada en el porche de su nueva casa esperando a Peter. Muchas cosas habían sucedido en el último año, pero para ella lo más importante era la niña que crecía en su interior.Jugando a sus pies estaba Lucas, el niño se levantó y con torpeza caminó hasta su madre para abrazarla.―Mely ―dijo tocando su incipiente barriga.El bebé se puso de puntillas para darle un beso a su hermana. Marga sonrió antes de levantarlo para sentarlo en sus piernas. Tenía siete meses de embarazo y estaba esperando una niña a la que llamarían Meredith, por su abuela materna, sin embargo, su hijo la llamaba Mely.―Mely aún no llega, todavía falta para tenerla con nosotros.―¿Papá?―Papá está por llegar, mira el cielo.A lo lejos vio como Peter galopaba directamente hacia la casa, a pesar de que pasaba mucho tiempo con ellos, también le gustaba supervisar lo que ocurría en su nuevo rancho.Cuando se comprobó que en realidad si había petróleo en el ra
Sentada en el piso de la parte trasera de una vieja furgoneta, Margaret miró al hombre que la apuntaba con un pistola, era el padre de Verónica. Al volante, la exprometida de Peter conducía a toda velocidad por un camino de tierra.―¿Por qué haces esto, Verónica? ―preguntó Marga a la chica.Necesitaba ganar tiempo, no sabía que planes tenían los Santos con su secuestro ¿Pedirían un rescate a Simón? ¿O acaso pensaban matarla? » se preguntó Marga con un estremecimiento de miedo. Pensó en su hijo, que ni siquiera la recordaría, que nunca sabría lo mucho que lo había amado. ―¡Cállate! ―dijo el padre de Verónica amenazante ―. No la distraigas que está conduciendo.―No, importa, papá, dame la satisfacción de responderle ―pidió la joven quitando la mirada del camino para observar a Marga.―Está bien, nena, igual no importa que lo sepa, igual va a morir.El hombre miró a Marga, su sonrisa era tan malvada que le heló la sangre. Ella se estremeció ante sus palabras si tenía alguna duda de cua
Después de pasar parte de la mañana llorando y de pedirle a Maddy que la dejara sola, le escribió a Peter.«Peter, por favor, tenemos que hablar»«Habla» fue la respuesta que recibió en su teléfono.«Necesitamos hacerlo en persona, ¿dónde estás?»«Lo dudo, estoy en mi rancho»«¿Puedes volver? En verdad, necesitamos resolver esto»«Yo no veo manera de resolverlo, Margaret, los abogados hablaran por mí, en unos días volaré a Houston»Margaret se mordió el labio tratando de contener las lágrimas, tenia tanta angustia en el pecho que sentía que no podía vivir con ese estrés y esa angustia varios días, así que tomó la determinación de ir hasta el rancho para hablar con su esposo.Salió de su habitación en busca de Madison, necesita hablar con ella y pedirle ayuda.―¿Maddy, puedo pedirte prestado un coche? Necesito ir al rancho a aclarar las cosas con Peter. Y me gustaría dejar a Lucas aquí, no quiero que escuche una pelea entre su padre y yo.Madison miró los ojos enrojecidos de su gemela
Un mes despuésMarga sonrió feliz a la cámara y al fotógrafo, el hombre disparó varias fotos más y se levantó―Eso es todo, Margaret, estuviste maravillosa como siempre ―alabó el profesional.―Muchas gracias, ha sido un placer trabajar contigo de nuevo.Marga caminó hasta donde estaba Peter esperándola. Cuando llegó a él lo besó.―Gracias por esperarme y por la paciencia de estos tres días.―Has estado preciosa y muy profesional, me alegra de haber venido contigo y ver lo que haces.―Voy a cambiarme rápido, sé que Simón nos está esperando.―No te preocupes, tómate tu tiempo, me acaba de decir que aún está ocupado.Esa tarde se irían con Simón en su helicóptero a Corpus Christy donde pasarían el tiempo que faltaba hasta que le quitaran el yeso a Peter, tendría diez días para estar con su mamá y con Maddy y eso la emocionaba mucho.Aunque en el pasado había pasado tiempo sin ellas desde que nació Lucas y después de tantos peligros que había vivido apreciaba mucho más a su familia.Peter
―¿Problemas en el paraíso? ―preguntó Patrick a Peter esa noche al encontrarlo fumando en el porche. Era cerca de la medianoche y a pesar del dolor de la pierna se encontraba sentado afuera.―Imagino que ya te enteraste de que Margaret esta durmiendo con Lucas y tomó para sí la antigua habitación de Simón.―Sí, ¿Quieres contarme lo que pasó? ―preguntó su hermano-―Ella quiere seguir trabajando y yo se lo prohibí, es su deber quedarse en casa cuidando de su hijo.―¿Igual que lo hizo mamá con nosotros? ―preguntó PatrickPeter solo asintió.―¿Alguna vez viste a mamá feliz?―No, pero papá era muy dictatorial y no la dejaba hacer nada, además de celoso.―¿No te parece que te estás comportando igual? ―preguntó Patrick.―¿Qué? ¡No! Solo quiero que mi hijo sea feliz, que tenga a su madre cuando la necesite. Si hasta dejó de darle el pecho para volver a trabajar.Patrick encendió un cigarrillo para sí. Peter solo se quedó callado.―¿Te parece que Lucas es un niño infeliz? Porque yo no creo que
―No, Marga, te quedarás en casa atendiendo a nuestro hijo, no quiero que mi esposa se ausente largas temporadas solo por mostrar su cuerpo en una pasarela. ¡No puedes ser tan frívola!Durante un segundo Marga lo miró con el asombro reflejado en el rostro, después un espiral de rabia subió por su espalda y una sonrisa de desprecio se instaló en su cara.―Soy tu esposa, Peter, más eso no significa que sea de tu propiedad, si no lo recuerdas, la época de la esclavitud pasó, así que no eres mi dueño. Si piensa que obedeceré tus órdenes es que definitivamente no me conoces. Me casé contigo por tu miserable chantaje, me dije a mí misma que le daría una oportunidad a nuestro matrimonio por el bien de mi hijo... y porque tenía la duda de que quizás debí haberlo hecho en el pasado, pero con tu intento de prohibición acabas de matar cualquier oportunidad de llevarnos bien, así que ten por seguro que pediré el divorcio en la primera oportunidad. Marga salió de la habitación y a pesar de que tem
Último capítulo