Mundo ficciónIniciar sesiónEn Madrid, Sebastián dejó caer su teléfono sobre el escritorio de su oficina central en Pharmaceuticals BioTecNo. El edificio estaba vacío excepto por personal de seguridad nocturno; eran las once de la noche y había estado revisando registros forenses durante ocho horas seguidas.
Javier estaba de pie frente a él, con ojeras que rivalizaban las de Sebastián y expresión que mezclaba frustración con miedo apenas contenido.
—Quien sea que hizo esto es bueno —dijo Javier, señalando la pantalla de computadora donde líneas de código de acceso brillaban—. Conocían mis horarios, mis patrones de trabajo, exactamente cuándo mi terminal estaría desbloqueada.
Sebastián escribió en su tablet: Lista de personas con ese nivel de acceso a tu horario.
—Tres personas. Tú, yo, y...
Se detuvo.
—&iqu







