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El lunes amaneció con la crueldad de una sentencia de muerte.

Cassandra apenas había llegado a su escritorio cuando comenzaron los susurros. Al principio eran solo murmullos, pero se extendieron rápidamente hasta que todo el laboratorio parecía agitado por una noticia que ella aún no había comprendido, pero que ya la había tachado de criminal.

—¿Has visto el correo electrónico de la empresa? —oyó susurrar a Daniela a Carmen.

—Es totalmente imperdonable. Años de investigación, todo destruido.

—He oído que la competencia ya ha empezado a registrar patentes.

El teléfono de Cassandra vibró. Era un mensaje del Dr.

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