85: Se avecina una tormenta.

El tiempo parecía haberse detenido en aquel salón sofocante. Cada mirada dirigida hacia mí era más descarada que la anterior, como si todos se hubieran puesto de acuerdo para diseccionarme con los ojos. Sentía cómo la incomodidad me trepaba por la piel, clavándose como miles de agujas invisibles.

Solo quería irme. Necesitaba la seguridad de mi cuarto, el calor de mis hijos, y dejar atrás toda esa tensión que me estaba consumiendo por dentro.

—Quiero irme de aquí ya —le susurré a Mirko con voz firme, pero contenida.

Él me miró, y para mi sorpresa, simplemente me ignoró, como si mis palabras se hubieran evaporado en el aire. Sentí una punzada de frustración. No iba a quedarme allí ni un segundo más. Así que me levanté con determinación, sin importarme las miradas que inevitablemente se posaron sobre mí.

Si él no quería irse, yo sí lo haría. Estaba harta de aquel lugar.

Odiaba ver a Valentino fingiendo amor por Analia, cuando cada cierto tiempo desviaba la mirada hacia mí como un ladrón
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