113:Cuando el caos trae silencio.
Metí a los niños en la bañera con cuidado. Les puse varias toallas alrededor, haciendo un nido tierno en aquel hueco blanco, y los acosté como si fueran los más frágiles tesoros del mundo. Se quedaron dormidos enseguida; sus pechos subían y bajaban, iguales, perfectos, inocentes. Me senté al borde de la bañera y los miré, dejando que la calma me atravesara por un segundo, mientras afuera los disparos seguían como un latido lejano que no acababa.
Las lágrimas empezaron sin avisar. Caían a cántaros y no pude secarlas. Mi corazón no dejaba de martillar y yo me preguntaba una y otra vez cuándo terminaría todo eso de una vez por todas. Tenía ganas de gritar, de romper algo, de arrancarme la piel. En vez de eso, me quedé allí, quieta, observando a mis hijos dormir, sumida en una mezcla de horror y alivio.
Entonces, pasos fuera del baño. Se clavaron en mi piel como agujas. Me tensé de inmediato y, como un instinto, me aparté del borde. Alargué la mano, levanté del piso la pistola que Valenti