El silencio fue lo primero que me golpeó.
Despues el cuerpo sin vida de aquel asqueroso cerdo.
No respiraba. No se movía. Su mirada vacía me atravesaba como si siguiera juzgándome incluso muerto. Me quedé allí, con las manos temblando, el aire atascado en la garganta, y la sangre de Alfonso todavía caliente en mis dedos.
—¿Ginevra… qué hiciste? —susurró Paola, con la voz hecha pedazos.
No supe qué responder. No había palabras para eso. Ni siquiera había tiempo. todo fue tan rápido que yo ni siquiera me di cuenta de todo lo que había hecho y de todo lo que estaba pasando.
—No… no puede ser —balbuceó otra de las chicas, mirando el cuerpo con los ojos muy abiertos—. Nos van a matar.
—Cállate —le dije, pero mi voz sonó igual de rota.
El cuerpo estaba justo en medio del cuarto, una mancha roja extendiéndose bajo él como una firma imposible de borrar. Las demás comenzaron a moverse sin decir nada, como si el miedo hubiera tomado el control. Una buscó una sábana, otra trajo un balde de agua.